A esta entrada del blog le llamo
LO QUE ME TRAJERON LOS PRIMEROS DÍAS DEL 2022
Lo siento, pero hoy no ando tan pícara y jocosa como en la entrada anterior. Sigue leyendo, que no te voy a dejar con la incertidumbre. Ya te voy contando lo que me trajeron los primeros días del 2022.
Cosas pasan cuando la vida se refleja en un par de memes
¡Ja! Cualquiera diría que me puse en las de muchos y, cual superestrella haciendo su entrada triunfal al escenario, le pedí al año nuevo: ¡“2022, SORPRÉNDEME”! O no, mejor que esa. Al parecer que el 2022 entendió mal mi pedido y arrancó para mí con tremendo POSITIVO.
No es lo que tú crees
No no no no, no te precipites; y mucho menos me felicites. ¡Mira que NO estoy embarazada! El positivo que arrojó la pruebita que me hicieron, después de haberme unido desde las tres de la mañana a una fila más o menos moderada, tenía que ver nada más y nada menos que con el COVID-19.
Sí, por infortunio, el dichoso virus tocó a la puerta de esta que está aquí: a la puerta de la gran Misma. Pero para nada que lo hizo por sorpresa. Ya sabía yo que, si me iba de vacaciones navideñas para la gran manzana, las probabilidades de que esto pasara eran por mucho superiores a mis ganas de no enfermarme.
El virus dejándose sentir
Pues, qué te digo. La cosa comenzó con una ligera molestia en la garganta, la cual iba y venía cuando le daba la gana. Sin embargo, en el penúltimo día del viaje, al parecer que al virus le dio por desatar toda su locura (imagínate, como que estaba en NY); tal cual uno lo hace cuando sale de jangueo con las amigas después de siglos de encierro y busca la manera de sacarle FUEGO a la pista de baile a como dé lugar.
¡Juro por Dios que sentía a mi garganta al ROJO VIVO!
Pero no te creas, que, de vez en cuando, también se colaba un mareíto por aquí y otro por allá. ¡Qué no, que ya te dije que no estoy embarazada! Solo que el agotamiento físico y mental se puso las pilas antes que yo, y, para cuando me di cuenta, ya me había tumbado en la cama.
Me la pasé durmiendo durante una semana entera como la mismísima bella durmiente, justo como tantas veces deseé dormir, y al cuidado de mi familia; a quienes les agradezco inmensamente por jartarme no de manzanas, pero sí de vitamina c en su estado más puro con tal de no verme haciendo nada.
Y lo peor fue…
¡Que qué fue lo peor de todo! Lo peor de todo fue lo cagada que estaba de que alguien más a mi alrededor se contagiara a cuenta mía con el virus y que no le fuera con él igual o mejor que a mí, y que por alguna extraña razón o, mejor dicho, por alguna extraña discrepancia o desacuerdo a nivel sistémico en esos días a mi cerebro le diera con hacer de todo lo que no le había dado por hacer en su puta vida y a mi cuerpo absolutamente nada de nada. ¿Qué par, ah?
Desde entonces, ya llevo unos cuantos días reponiéndome del que me contagié sin simpatizar.
Algo he reflexionado, algo comparto, algo te pido
Entiendo que el COVID-19 me dio en un tiempo y circunstancias distintas a la mujer que con mascota en brazos se enfrentó a lo peor de la enfermedad en medio de un viaje de placer, sola y sin comprender muchas cosas del virus por cuestiones de la cultura y del idioma; a la mujer que en el ocaso de su vida le tuvo que hacer frente a la pandemia evidentemente sin poder, junto a su esposo noventón también contagiado; a la mujer, a la cual al momento de ella y sus hijos salir positivos, su esposo se hizo el loco y miró para el lado en actitud de “resuélvetelas como puedas”; a la mujer que se vio obligada a dejar a sus pequeños al cuidado de alguien más para ella poder salir a la calle a salvarles la vida a otros desde su posición como enfermera en una de esas salas de emergencias que en esos días se encontraba atestada de gente contagiada; o a la mujer de mediana edad con discapacidad a la que la pandemia la limitó más que su propia discapacidad.
Si me peguntas, creo que dentro de todo he sido dichosa, agraciada; sabiendo de la suerte de esas mujeres. Pero ponte tú a pensar: a diferencia de mí, ninguna de esas mujeres pudo con la pandemia del siglo más de lo que pude yo. Cómo iban a poder; sin vacunas, sin tratamientos, sin nada que pudieran hacer para enfrentar una enfermedad completamente desconocida. Y no, el estar en una mejor posición respecto al virus no me alegra para nada. Por el contrario, por ellas y por todas las que por él hoy no están es que esta enfermedad me duele. Por ellas y por todas las que por él hoy no están es que convertí un par de palabras en versos en el 2020, y hoy los quiero compartir contigo:
Querido 2020
Todo se detuvo sin aviso previo,
y en medio de una forzada improvisación.
Siempre desee pasar en casa mucho tiempo,
pero no entre mascarillas y embargada por la desolación.
Mi corazón llora por el aislamiento,
hoy sigo sin poder abrazar a mis viejos.
La vida continúa en todo su apogeo,
y las restricciones no dejan de nublar mis sentimientos.
Pienso tanto en las vidas perdidas,
sin la oportunidad de despedirse de los suyos.
¿Qué habrá pasado por sus mentes inquietas en los últimos minutos?
Por la posición que ahora me coloca la vida,
viviré este nuevo año con propósito mis días.
Y si en una de esas me toca ser la próxima víctima,
ya habré dejado huellas que hayan provocado sonrisas.
Misma (Mt. 22:39)
¡Amiga, hablemos! ¿Te has contagiado con el COVID-19 o con alguna de sus variantes? ¿Cuál fue tu experiencia? ¿Cómo lo enfrentaste? ¿Contaste con alguna red de apoyo?
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